El Verbo Interior: Juan 1:10-12 y el Dios en el Corazón Hoy
El Evangelio de Juan, en sus primeros versículos, nos presenta una cosmogonía teológica profunda. Habla del Logos, el Verbo divino, como la fuerza creadora que estaba con Dios y era Dios desde el principio. Al llegar a los versículos 10 al 12, la narrativa da un giro crucial, aterrizando esta presencia divina en el plano de la experiencia humana:
"Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no le conoció. Vino a lo suyo, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios." (Juan 1:10-12)
Desde la perspectiva de que Dios reside en nuestros corazones, estos versículos adquieren una resonancia particular en el mundo actual.
"Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no le conoció."
Si entendemos que la chispa divina, el eco del Verbo creador, habita en lo profundo de cada ser humano, este versículo nos habla de una paradoja constante. Dios está intrínsecamente presente en el mundo, no solo como el arquitecto distante, sino como la esencia misma que anima la creación, incluyendo nuestros propios corazones. Sin embargo, el "mundo" aquí puede interpretarse como la conciencia colectiva distraída, ensordecida por el ruido de la ambición, el materialismo, la superficialidad y el miedo.
Hoy, más que nunca, vivimos en un mundo de distracciones constantes: redes sociales, consumo desenfrenado, la búsqueda incesante de validación externa. Este ruido externo a menudo silencia la voz interior, esa conexión sutil con lo trascendente que reside en nuestro corazón. Al igual que el mundo en el tiempo de Juan no reconoció la presencia divina encarnada en Jesús, hoy, la humanidad a menudo ignora la presencia de lo sagrado dentro de sí misma. Nos enfocamos en lo periférico, en lo tangible, olvidando la riqueza espiritual que yace latente en nuestro interior.
"Vino a lo suyo, y los suyos no le recibieron."
Si "lo suyo" se refiere a la humanidad, a aquellos en cuyos corazones palpita esa misma esencia divina, la falta de recepción se convierte en una tragedia continua. ¿Cuántas veces cerramos las puertas de nuestro corazón al amor incondicional, a la compasión, a la verdad que resuena en lo más profundo de nuestro ser? El miedo a la vulnerabilidad, la desconfianza, el egoísmo y las heridas del pasado actúan como barreras que nos impiden reconocer y abrazar esa presencia divina interior.
En el mundo actual, vemos esto reflejado en la polarización, la intolerancia y la falta de empatía. Nos aferramos a nuestras propias "verdades" construidas externamente, ignorando la sabiduría universal que reside en el corazón de cada persona. Rechazamos al "otro" por sus diferencias, sin reconocer la chispa divina que compartimos. Este rechazo es, en esencia, un rechazo a una parte de nosotros mismos, una negación de la unidad fundamental que subyace a la diversidad.
"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios."
La clave reside en la "recepción" y la "creencia en su nombre". Desde la perspectiva del Dios interior, esto no se limita a una adhesión intelectual a una doctrina, sino a una apertura del corazón, a una disposición a escuchar esa voz silenciosa que nos guía hacia la verdad, el amor y la conexión. "Creer en su nombre" puede interpretarse como sintonizar con la naturaleza esencial de Dios tal como la experimentamos en nuestro interior: amor incondicional, bondad, verdad, paz.
En el mundo actual, aquellos que se atreven a mirar hacia adentro, a cultivar la introspección y la conexión espiritual, son quienes "reciben" esta presencia divina. A través de la meditación, la contemplación, la práctica de la bondad y la búsqueda de la autenticidad, se abren a la "potestad de ser hechos hijos de Dios". Esta filiación no es una adopción externa, sino el reconocimiento de nuestra herencia divina inherente, la manifestación de esa chispa del Verbo que siempre ha estado en nosotros.
En un mundo sediento de significado y conexión, la invitación de Juan 1:10-12, reinterpretada desde la perspectiva del Dios interior, se vuelve más relevante que nunca. Nos llama a silenciar el ruido externo, a derribar las barreras del miedo y el egoísmo, y a abrir nuestros corazones a la presencia divina que reside en lo más profundo de nuestro ser. Al hacerlo, no solo nos encontraremos a nosotros mismos, sino que también reconoceremos la misma luz en los demás, construyendo un mundo más compasivo, justo y conectado. La "potestad de ser hechos hijos de Dios" no es un privilegio distante, sino una realidad accesible a todos aquellos que eligen escuchar la voz del Verbo que resuena en nuestros propios corazones.
César Augusto Soto Fajardo
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MORELIA, MICHOACÁN, MÉXICO
28 DE MAYO DE 2025
